GUSTAVO SOLÓRZANO ALFARO


fotografía de Esteban Chinchilla

Traído a colación por
Germán Hernández
Juan Carlos Olivas
Joan Bernal
Juan Hernández
Mauricio Vargas Ortega


Trae a colación a
Luis Antonio Bedoya
Joan Bernal
Alí Víquez
Germán Hernández
Juan Carlos Olivas
Klaus Steinmetz


Vida y milagros

Alajuela, 1975. Escritor, editor y profesor. Actualmente coedita la revista electrónica Las Malas Juntas. Ha publicado los poemarios Las fábulas del olvido (2005), La múltiple forma del delirio (2009), La condena (2009) e Inventarios mínimos (2013); el ensayo La herida oculta. Del amor y la poesía. Una lectura del poema “Carta de creencia”, de Octavio Paz (2009) y la antología Retratos de una generación imposible. Muestra de 10 poetas costarricenses y 21 años de su poesía (2010).

 

Gustavo dixit:


“¿De qué escribís?
De la única materia
que poseo: decir palabras como
decir un ave
en pleno vuelo.”


Poemas
  
Instantánea (de un puente al atardecer, 5:45 p.m.)

Suspendida en el puente, una mujer lee poemas de tiempos idos. A su lado una niña descubre con sonrojo sus piernas. Como a cuatro metros, un paseante se detiene a contemplar el río. Por encima del puente un hombre cruza en su carro.

En otros lugares dos niños pelean por el fuego, manadas de elefantes descubren el invierno, centenares de mujeres caen de ciertos precipicios, unos cuantos ratones hacen fiesta en las cocinas, y ella, mujer detenida al borde del puente, no se percata de estas escenas.

El hombre sigue, avanza por el puente, doscientos metros y al final aguarda su madre muerta, su hermana que ha salido del colegio, una flor consumida en el asfalto.

Finalmente llega al otro extremo, y atrás, en medio del puente, se escucha un grito y algunos carros se detienen: la mujer que leía poemas se ha lanzado al vacío. Desde las letras de su nombre han caído al precipicio los versos más hermosos

¿o los más tristes?

Saluda a su madre, saluda a su hermana.
Se pregunta si alguna vez habrán leído un poema.



Cosas


*

Las cosas,
sus pesadas formas y contornos.
El aliento de los objetos
dibuja en mi cara un gesto impreciso
que no alcanzo a comprender.

Rodeo la casa de mis padres
para observar con cuidado
cómo se apilan los muebles,
las capas de pintura y las remodelaciones
que ocultan recuerdo tras recuerdo.
Recorro los jardines y a través de las ventanas
observo viejas fotos de familia.

El jardín de la casa grande ha cambiado.
Hoy sería más fácil limpiarlo,
recoger las hojas de los sábados,
encalar los troncos de los limoneros
injertados por mi padre
.
Sería refrescante cortar el zacate,
regar las plantas
y mover la mariposa
después de varias horas de olvido.
Pero todo eso es una ilusión,
como las cosas que apenas se insinúan
entre las plantas del jardín
y a través de las ventanas.

Los muebles, las capas de pintura, el zacate,
los troncos encalados y la voz de mi padre
adquieren una dimensión
que resulta
extraña cuando menos,
y que va formando nuestra vida
con el sentido ajeno de todas las cosas
que nos atisban e interrogan.


*

Ahora solo aspiro a reconocer
el tiempo en los objetos.
Saber que no son míos
y que yo mismo soy su sombra


Escena

Es un viernes de diciembre. Primer día de vacaciones. Afuera, el sol, que en varios días no asomó, brilla como si quisiera vengarse y no me animo a salir. Todo el día he estado en el sillón de la sala, leyendo. Solo me he levantado para comer o ir al baño. En el cuarto principal (el cuarto del fondo, en realidad) ella duerme todavía. Entre ambos hay una puerta y no estoy seguro de qué irá a suceder una vez que se abra.

Van cuatro días terribles. Nada más. Cuatro días. Y no hace cinco cogíamos desesperadamente y hacíamos planes para remodelar la casa, para que el cuarto del fondo dejara de estar ahí y pasara a ser el cuarto principal. Luego, no sé qué pasó. A veces sucede: el sol brilla, todo marcha y ella sale a pasear, y cuando regresa es otra, y entonces se vienen las crisis. A veces quiero pensar que se debe simplemente a algo que comió. A veces quiero ser ingenuo. A veces quisiera dejar que todo pase y acostumbrarme a las crisis. Una de vez en cuando no estará tan mal, a cambio de semanas de paz, sexo y planes. No lo sé. A veces tan solo quisiera correr, salir al sol, pero me quedo en el sillón, redacto esto, hago la siesta, imagino siempre que las cosas van a cambiar. De verdad que sí, de verdad que lo imagino.

Hasta que escucho el chirrido de la puerta.